Durante mi
infancia, y parte de mi juventud, he vivido, como la mayoría de los andaluces,
en una situación que calificaría de inconsciencia en relación a nuestra
historia. Nací en la misma ciudad en la que lo hicieron, en el siglo XII, el
poeta Ibn Lubbal y el comentarista de las Macamat de al-Hariri, conocido
por los literatos como al-Charichi. Por las calles de mi ciudad natal, Charich,
Jerez, a la que apodaron ‘de la frontera’ –porque la Conquista lo quiso así
mientras iban extendiéndose hacia el Sur y el Este de la Península– he jugado y
paseado ante los restos de las murallas, el alcázar o la mezquita almohades y
me he perdido en el trazado árabe de su casco antiguo mientras iba creciendo
sin saber cuáles eran nuestros afortunados orígenes. Mi madre siempre me dijo
que su padre, del que tengo vagos recuerdos, era gitano. Hoy en día se habla
del origen morisco de los gitanos andaluces y a ellos me agarro para
reivindicar mis orígenes bastardos: fenicio, romano, visigodo, árabe, bereber,
mediterráneo. ¿Qué sería el mundo si no nos mezcláramos? ¡Cuán pobres serían
las culturas!
Visité Rabat por
primera vez en 1993, poco después de volver de Argelia, en donde viví dos años
y en donde descubrí una cultura de la que poco o nada había oído hablar. No
volví a pisar sus calles hasta diez años después, cuando me quedé a vivir más
de un año y medio. Desde entonces, siempre he vuelto, ya que en la ciudad y en
sus gentes hay algo que me invita con hospitalidad a hacerlo. Mi formación de
filólogo me introdujo –y todavía– por sus calles y avenidas buscando libros y
palabras. El paseo por la medina, los Udaya, Chella, la ciudad nueva o la
desembocadura del Buregreg son para mí un paisaje de tranquilidad en el que voy
descubriendo nuevas sensaciones que brotan de voces que oigo o leo. El dialecto
árabe que se habla hoy en día en la capital se conoce como urbano. La ciudad ha
ido acogiendo a lo largo del pasado siglo y de este a gentes que han llegado de
las zonas rurales. El resultado ha sido una especie de habla en la que conviven
diferentes sonidos o palabras que definen un significado.
A Rabat llegaron
durante los siglos XVI y XVII andalusíes expulsados de la Península Ibérica que
se asentaron en la medina y se mezclaron con los autóctonos, surgiendo así un
dialecto árabe en el que la presencia andalusí era un rasgo importante. A este
habla se le conocía como ‘Árabe Antiguo de Rabat’. Esta gente empezó a irse
tras la independencia hacia los barrios nuevos de la capital. Tuve la suerte de
conocer a dos señoras mayores que conservaban este dialecto con rasgos
andalusíes, las cuales me contaron algunos cuentos populares que habían
heredado de sus madres, Teffah la-hbala ‘la manzana del embarazo’ o ‘el
gato Mermuz’. En ellos pervive un diminutivo andalusí con sufijo -un,
de alguna lengua romance, que es raro oír ya: natfun ‘desplumadito’, tayhun
‘caidito’, wakhun ‘sequito’. Luis Brunot publicó en 1931 una colección de textos (Textes arabes de
Rabat, Publications de l’Institut des Hautes Études Marocaines 49. Rabat:
Paul Geuthner) en los que se refleja el Árabe Antiguo de Rabat. En él
encontramos palabras –muchas de ellas desconocidas hoy en día– cuyo origen es
español o de otras de las lenguas romances que se hablaban en la Península
Ibérica: baho ‘vapor’ (< esp. vaho), barmil ‘barril’ (< rom. barril < bajo lat. barriculum), bartal
‘gorrión’ (< rom. partal < lat.
pardalus), basseta ‘peseta’ (< esp. peseta), bastila ‘volován’ (< rom. pastel <
lat. pastillus), kerballo ‘cedazo’ (< esp. cribelo < lat. cribellum),
mamma ‘mamá’ (< esp. mama
o mamá), mbistin ‘bien vestidos, elegantes’ (pl. de un
participio < esp. vestir, viste, vestido o vista), mwaken ‘máquinas’ (pl. de
makina < esp. máquina), randa ‘randa’ (< esp. randa), ryal
‘real’ (< esp. real), saka
‘tercena’ (< esp. saca de tabaco), chilya ‘silla’
(< esp. silla), taba
‘rapé’ (< fr. tabac o del esp. tabaco).
Siempre me he
preguntado qué serían las lenguas si no exsitieran estos préstamos. La riqueza
del árabe hablado por las gentes de Rabat, del español y de todas las lenguas,
tiene mucho que ver con la ida y venida de los pueblos, con la mezcla de sus
gentes. La capital de Marruecos es un crisol de palabras de diferentes culturas
cuyo ejemplo debe servirnos para seguir creando lazos entre todos los
ciudadanos de nuestro planeta.
Francisco Moscoso García
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